“Ustedes son sal de la tierra y luz del mundo”. Mt 5,13-16. Contemplemos la infinita misericordia de Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha llamado sin ningún mérito a ser presencia viva de Jesús en el mundo.
Acabamos de celebrar en la Diócesis el encuentro general de catequistas denominado “EXPOFIC”; una importante jornada dedicada a revalorar el Ministerio de la Catequesis y la formación permanente en cada una de las personas que se dedican con generosidad y alegría a este servicio en la Iglesia Diocesana.
Es motivo de alegría, congregar a más de 400 catequistas provenientes de los más lejanos lugares de la zona rural y también urbana de la Diócesis, porque quieren compartir juntos la mística por el servicio es por eso, que en permanente acompañamiento desarrollan procesos de formación porque quieren cualificarse para el servicio idóneo en este ministerio de la catequesis; muchos con una larga trayectoria, otros jóvenes que comienzan, pero en cada uno se siente arder el fuego del Espíritu Santo que lo impulsa, lo llena de fe y generosidad para ejercer el invaluable servicio en esta Iglesia particular.
Detrás de cada uno de los catequistas, hay un largo proceso de maduración en la fe a través de los itinerarios del Sistema Integral de Nueva Evangelización (SINE), que se vive en cada una de las parroquias; reconocemos además, el trabajo formativo y el esfuerzo de los delegados de catequesis, de los sacerdotes, de la organización pastoral y de la acogida de las familias que confían la formación y crecimiento en la fe de sus hijos a los catequistas, porque descubren su entrega, su testimonio y respuesta generosa al llamado del Señor.
Si miramos la realidad de hoy donde son tantas las familias que no transmiten la fe a sus hijos, dejando esta misión y tarea en manos de los catequistas, podemos comprender mejor lo que significa “ser catequista por oficio”. Porque el catequista es ante todo una persona que se ha encontrado con Cristo y en Él, ha descubierto la alegría, el sentido de «vivir para servir» prestándole a Jesús sus manos, sus pies y sus labios, para llevar y proclamar la Buena Nueva del Evangelio a lo largo y ancho de la Diócesis.
Felicitamos a cada uno de los catequistas que en fe, son conscientes de haber sido llamados y enviados por del Señor, que los llena de sus dones y carisma de maestro para que sean educadores básicos de otros en el caminar de cara a Jesús y su Evangelio. Por consiguiente ser catequista es una vocación que exige sacrificio y entrega total. Ustedes catequistas no sólo realizan su tarea en nombre de Dios, ofreciendo su servicio de manera gratuita sino que cada día experimentan que «lo que gratis han recibido, gratis debe ser transmitido» por eso, ofrecen su servicio inspirado por el amor a Dios y a su prójimo. El catequista actúa y anuncia el mensaje de la Buena Nueva en nombre de la Iglesias que lo envía, porque no se puede ser catequista sin comunidad y es allí donde hace resonar el mensaje; el catequista por sí solo no puede responder a la fe de la comunidad que le ha sido confiada por tanto, no se es auténtico catequista sin una explicita comunión con el obispo y con su párroco, sin una articulación fiel a los programas catequéticos de la parroquia en consonancia con la Iglesia a la que en unidad conduce a sus catequizandos.
El ministerio de la catequesis se ilumina con la Palabra de Dios, (Mc 16,15); (Mt 5,13-16) ; (Rm 10,14-21; 12,9-21); así mismo el Magisterio de la Iglesia exhorta para que los catequistas en humildad acojan las propuestas formativas de su Diócesis, como lo indica el Directorio General para la Catequesis (D.G.C. 244): “Junto a las dimensiones que conciernen al ser y al saber, la formación de los catequistas, ha de cultivar también la del saber hacer. El catequista es un educador que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo.
El catequista se prepara para facilitar el crecimiento de una experiencia de fe de la que no es dueño. Ha sido depositada por Dios en el corazón del hombre y la mujer. La tarea del catequista es solo cultivar ese don, ofrecerlo, alimentarlo y ayudarlo a crecer».
No olvidemos que: «La vitalidad de la fe de una comunidad parroquial depende de catequistas debidamente formados» (DGC N° 234).